Tal vez fue el tardío ajuste de cuentas contra Ajenatón, el primer monoteísta y "fanático" religioso de la Historia. Hace un mes el pequeño museo de Malaui, que albergaba algunas piezas de su reinado junto a tesoros de conquistadores griegos y califas musulmanes, sucumbió a una multitud furiosa por la represión gubernamental contra los islamistas. Su vitrinas, reventadas y vacías, y su solado, atestado de trozos de cristal, relatan el dramático saqueo de cientos de antigüedades y la destrucción de un centro para cuya incierta rehabilitación la Unesco busca donantes internacionales.
La tragedia asomó por los confines de Malaui, en la provincia de Minya y a unos 300 kilómetros al sur de El Cairo, durante la mañana del 14 de agosto. Horas antes, policía y ejército habían emprendido el brutal desalojo de las acampadas islamistas de la capital. Colérico por los fogonazos de represión, el gentío se arremolinó a las puertas de la comisaría contigua al museo. El legado arqueológico, expuesto en un desvaído edificio de estilo neofaraónico, quedó atrapado entre las pedradas y el zumbido de las balas.
"Cuando a las 9 y media de la mañana comenzó el ataque les gritamos que era su museo, el museo de Egipto, de nuestros hijos y nietos. Tratamos de repeler el asalto pero solo aguantamos hasta la una de la tarde", narra a ELMUNDO.es Ahmed Abusabur, director del centro. A partir de entonces, la anarquía se apoderó del recinto. "Derribaron la verja y tumbaron la puerta principal. Al entrar nos golpearon y tuvimos que ser trasladados al hospital", asegura el responsable de un centro que -además de objetos del Antiguo Egipto- reunía vestigios griegos, romanos y musulmanes de las dinastías Omeya o fatimí.
Una 'auténtica catástrofe
Tras la desbandada de los empleados, atrincherados durante horas en el interior del museo, el saqueo campó a sus anchas e hizo estragos. En los días posteriores al expolio, solo se hallaron 46 de las 1089 piezas expuestas en las cuatro salas repartidas en dos plantas devastadas por la turba. "Robaron los objetos más pequeños y rompieron los de mayor tamaño. Es una auténtica catástrofe para la historia de Egipto", lamenta el arqueólogo Shawara Yantuni, encargado de restaurar los restos del naufragio.
Solo un puñado de piezas han sido recuperadas. Desde que las autoridades decretaran una amnistía, más de 200 obras han sido devueltas a la comisaría local. Entre los objetos recuperados, figuran estatuillas de Osiris -deidad de la fertilidad y la vegetación-, una colección de papiros escritos en demótico o 25 monedas romanas. Pero las joyas del inventario -procedentes de Amarna, la ciudad fundada por Ajenatón; Hermópolis, la cuna de Tot, dios de la escritura sagrada y su necrópolis Tuna el Gebel- aún no han sido halladas.
Y su listado es extenso: "Una estatua de la hija de Ajenatón, una colección de estatuas del pájaro Ibis (símbolo de Tot) y un nilómetro que data de la época de los faraones...", enumera el director. Para Jaled Mustafa, jefe de la administración regional de museos, se trata de "una enorme pérdida". "Es uno de los principales museos de la provincia de Minia, una zona con importes restos arqueológicos", arguye.
Campaña de la Unesco
Con el tesoro extraviado o necesitado de cirugía y las estancias administrativas asoladas por el hollín, las autoridades andan todavía entregadas a la tarea de valorar las pérdidas y buscar financiación. "Hemos formado comités para examinar el estado del museo y hemos pedido a la Unesco, al resto de organizaciones internacionales y a los empresarios que nos ayuden a rehabilitar el museo", sostiene Jaled.
A la llamada de auxilio acudió hace unos días una delegación de la Unesco. El organismo prepara una campaña internacional para conseguir donaciones con las que costear la reforma y reapertura del recinto en una región donde también se han registrado ataques a iglesias y monasterios de la minoría cristiana copta.
Poco después del saqueo, la Unesco elaboró una lista roja en árabe e inglés con los objetos robados para evitar que sean víctimas del mercado negro. Según el organismo, el ataque -la última de las agresiones al patrimonio desde las revueltas de 2011- causó "un daño irreversible a la historia y la identidad del pueblo egipcio". Jaled, a cargo de los museos diseminados por la tierra de los faraones, piensa ya en cómo impedir nuevos cataclismos contra milenios de civilización: "Lo primero es sensibilizar a los vecinos de los pueblos para que valoren el legado de sus antepasados. Sin olvidar que hay que mejorar la seguridad de los museos".